VAMOS INTENTAR DEMOSTRAR SI LOS
EE.UU. ES FASCISTA A TRAVÉS DE LOS DISCURSOS DE SUS RESPECTIVOS PRESIDENTE
AUNQUE TOCAREMOS ALGUNOS PARA NO SER DEMASIADOS PROLIJO. TAMBIEN TRAEREMOS
ALGUNOS OTROS DISCURSOS DE OTROS PRESIDENTES COMO EL DE ALEMANIA EN LA EPOCA DE
HITLER. Y UN DISCURSO DEL PROPIO VATICANO EN LA PERSONA DE JUAN PABLO II.
(4)
RONALD WILSON REAGAM
Discurso de investidura
(20 de enero de 1981)
Senador Hatfield, Sr. Presidente del Tribunal Supremo, Sr.
Presidente, Vicepresidente Bush, Vicepresidente Mondale, Senador Baker, Speaker
O'Neill, Reverendo Moomaw y compatriotas.
Para unos pocos de los que estamos hoy aquí esta es una
solemne y memorable ocasión; y sin embargo, en la historia de nuestra Nación,
es algo que ocurre con normalidad. La transferencia ordenada de la autoridad,
tal como establece la Constitución, tiene lugar tal como ha sucedido durante
casi dos siglos y pocos de nosotros nos paramos a pensar cuan singulares somos
realmente. A los ojos de muchos en el mundo, esta ceremonia cuatrienal que
nosotros aceptamos como algo normal no es sino un milagro.
Sr. Presidente, quiero que nuestros compatriotas sepan lo
mucho que hizo usted para mantener esta tradición. Por virtud de nuestra cortés
cooperación en el proceso de transición, usted le ha enseñado a un mundo
expectante que somos un pueblo unido comprometido a mantener un sistema
político que garantiza la libertad individual en mayor medida que cualquier
otro, y yo le agradezco a usted y a su equipo por toda la ayuda prestada en el
mantenimiento de la continuidad, que es el baluarte de nuestra República. Los
asuntos de nuestra nación siguen adelante. Estos Estados Unidos se enfrentan a
una aflicción económica de grandes proporciones. Sufrimos la más larga y una de
las peores inflaciones sostenidas de nuestra historia nacional. Distorsiona
nuestras decisiones económicas, penaliza el ahorro y quiebra a los esforzados
jóvenes y a los jubilados por igual. Amenaza con destrozar las vidas de
millones de nuestra gente.
Industrias ociosas mandan trabajadores al paro, causando
miseria humana e indignidad personal. A aquellos que sí trabajan, se les niega
una recompensa justa por su trabajo mediante un sistema fiscal que penaliza el
éxito y evita que mantengamos una plena productividad.
Pero, grande como es nuestra presión fiscal, no se ha
mantenido a la par con nuestro gasto público. Durante décadas, hemos acumulado
un déficit tras otro, hipotecando nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos
por la conveniencia temporal del presente. Continuar esta larga tendencia es
garantizar tremendos cataclismos sociales, culturales, políticos y económicos.
Ustedes y yo, como individuos, podemos, mediante el crédito,
vivir más allá de nuestras posibilidades, pero sólo por un periodo de tiempo
limitado. ¿Por qué, entonces, deberíamos pensar que colectivamente, como una
nación, no estamos sujetos a esa misma limitación? Debemos actuar hoy para
poder mantenernos mañana. Y que nadie se llame a engaño: vamos a empezar a
actuar, a partir de hoy mismo.
Los males económicos se han cernido sobre nosotros a lo
largo de varias décadas. No desaparecerán en días, semanas o meses, pero
desaparecerán. Desaparecerán porque nosotros, como americanos, tenemos la
capacidad ahora, como la hemos tenido en el pasado, de hacer lo que haga falta
hacer para preservar este último y mayor bastión de la libertad.
En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a
nuestro problema. El gobierno es el problema. De vez en cuando, hemos estado
tentados a pensar que la sociedad se ha vuelto demasiado compleja para ser
manejada por el autogobierno, que el gobierno en manos de una elite es superior
al gobierno de, para y por las personas. Pero si nadie de nosotros es capaz de
gobernarse a sí mismo, ¿quién de nosotros tiene la capacidad de gobernar a
otro? Todos nosotros juntos, dentro y fuera del gobierno, debemos soportar el
peso. Las soluciones que debemos buscar han de ser equitativas, sin señalar a
un grupo para que pague el precio más alto.
Oímos mucho acerca de los grupos de interés. Nuestra
preocupación debe dirigirse a un grupo de interés que ha sido desdeñado durante
demasiado tiempo. No conoce límites sectoriales o étnicos ni divisiones raciales
y cruza las líneas políticas. Se compone de hombre y mujeres que cultivan
nuestros alimentos, patrullan nuestras calles, trabajan en nuestras minas y en
nuestras fábricas, educan a nuestros hijos, cuidan de nuestros hogares y nos
curan cuando estamos enfermos: profesionales, industriales, tenderos,
encargados, taxistas y camioneros. Ellos son, en pocas palabras, «Nosotros el
pueblo», este pueblo conocido como los americanos.
Bueno, el objetivo de esta administración será una economía
sana, vigorosa y creciente que ofrezca igualdad de oportunidades a todos los
americanos sin barreras surgidas del racismo o de la discriminación. Volver a
poner América a trabajar significa volver a poner a todos los americanos a
trabajar. Acabar con la inflación significa liberar a todos los americanos del
terror de los costes de vida desbocados. Todos debemos tomar parte en el
trabajo productivo de este «nuevo comienzo» y todos debemos compartir el botín
de una economía revitalizada. Con el idealismo y la justicia que son el corazón
de nuestro sistema y nuestra fuerza, podemos tener una América fuerte y
próspera en paz consigo misma y con el mundo.
Así que, mientras empezamos, hagamos inventario. Somos una
nación que tiene un gobierno, no al revés. Y esto nos hace especiales entre las
naciones de la Tierra. Nuestro gobierno no tiene ningún poder excepto los que
le otorga el pueblo. Es hora de corregir y dar marcha atrás al crecimiento del
estado que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los
gobernados.
Es mi intención restringir el tamaño e influencia del
aparato federal y pedir el reconocimiento de la distinción entre los poderes
otorgados al Gobierno Federal y aquellos reservados a los Estados o a las
personas. Todos necesitamos recordar que el Gobierno Federal no creó a los
Estados; los Estados crearon el Gobierno Federal.
Para que no haya malentendidos; mi intención no es
deshacerme del Estado. Es, por el contrario, hacer que funcione; que funcione
con nosotros, no sobre nosotros; que esté a nuestro lado, no que cabalgue a
nuestras espaldas. El Estado puede y debe ofrecer oportunidades, no ahogarlas;
fomentar la productividad, no suprimirla.
Si nos fijamos en la respuesta a por qué, durante tantos
años, conseguimos tanto, prosperamos como ningún otro pueblo en la Tierra, es
porque aquí, en esta tierra, liberamos la energía y el genio individual de cada
hombre en mayor medida que se había hecho jamás. La libertad y la dignidad del
individuo han sido más asequibles aquí que en ningún otro lugar de la Tierra.
El precio de esta libertad a veces ha sido elevado, pero nunca nos hemos negado
a pagar ese precio.
No es por casualidad que nuestros problemas actuales sean
paralelos y proporcionales a la invención e intrusión en nuestras vidas que se
derivan del innecesario y excesivo crecimiento del Estado. Es hora de que nos
demos cuenta de que somos una nación demasiado grande para limitarnos a sueños
pequeños. No estamos condenados, como algunos quisieran hacernos creer, a un
declive inevitable. Yo no creo en un destino que vaya a cernirse sobre nosotros
hagamos lo que hagamos. Yo creo en un destino que se cernirá sobre nosotros si
no hacemos nada. Así que, con toda la energía creativa a nuestra disposición,
empecemos una era de renovación nacional. Renovemos nuestra determinación,
nuestro coraje, nuestra fuerza. Y renovemos nuestra fe y nuestra esperanza.
Tenemos todo el derecho a tener sueños heroicos. Los que
dicen que vivimos en una época en la que no hay héroes no saben donde mirar.
Podéis ver héroes cada día yendo y viniendo de las puertas de las fábricas.
Otros, un puñado, producen suficiente comida para alimentarnos a todos nosotros
y parte de extranjero. Podéis encontraros con héroes al otro lado del
mostrador, a ambos lados del mismo. Hay emprendedores con fe en si mismos y fe
en una idea que crean nuevos empleos, nueva riqueza y oportunidad. Son
individuos y familias cuyos impuestos mantienen el gobierno y cuyas donaciones
voluntarias mantienen la iglesia, las fundaciones benéficas, la cultura, el
arte y la educación. Su patriotismo es silencioso pero profundo. Sus valores
sostienen nuestra vida nacional.
He usado las palabra «ellos» y «su» al hablar de esos
héroes. Podría decir «vosotros» y «vuestro» porque me estoy dirigiendo a los
héroes a los que me refiero: vosotros, los ciudadanos de esta bendita tierra.
Vuestros sueños, vuestras esperanzas, vuestros objetivos serán los sueños, las
esperanzas, los objetivos de esta administración, con la ayuda de Dios.
Reflejaremos la compasión que es una parte tan importante de
nuestra forma de ser. ¿Cómo podemos amar nuestro país y no amar a nuestros
conciudadanos y amándoles, ofrecerles la mano cuando caen, curarles cuando
están enfermos, ofrecerles oportunidades para hacerles autosuficientes para que
sean iguales de hecho y no sólo en teoría?
¿Podemos arreglar los problemas a los que nos enfrentamos?
Bueno, la respuesta es un inequívoco y enfático «sí». Parafraseando a Winston
Churchill, no presté el juramento que acabo de prestar con la intención de
presidir durante la disolución de la mayor economía del mundo.
En los días venideros, propondré eliminar las barricadas que
han aminorado nuestra economía y reducido nuestra productividad. Se darán pasos
encaminados a restablecer el equilibrio entre los diversos niveles de gobierno.
Puede que el avance sea lento, medido en pulgadas y pies y no en millas, pero
será progreso. Es hora de despertar otra vez al gigante industrial, devolver al
gobierno a sus asuntos, y aligerar nuestro punitivo sistema fiscal. Y estas
serán nuestras primeras prioridades y, sobre estos principios, no habrá
compromisos.
En la vigilia de nuestra lucha por la independencia, un
hombre que podría haber sido uno de los más grandes entre nuestros Padres
Fundadores, el Dr. Joseph Warren, Presidente del Congreso de Massachussets,
dijo a sus compatriotas americanos, «Nuestro país está en peligro, pero no hay
que perder la esperanza [...] De vosotros dependen las fortunas de América.
Vosotros decidiréis las importantes cuestiones sobre las que se asentará la
felicidad de millones que aún no han nacido. Actuad como merecéis hacerlo.»
Pues bien, yo creo que nosotros, los americanos de hoy, estamos listos para
actuar como merecemos hacerlo, listos para hacer lo que hace falta hacer para
asegurar la felicidad y la libertad de nosotros mismos, de nuestros hijos y de
los hijos de nuestros hijos. Y mientras nos renovamos en nuestra tierra, en el
mundo verán que tenemos más fuerza. Seremos otra vez el modelo de libertad y la
antorcha de esperanza para aquellos que ahora no tienen libertad.
Con aquellos vecinos y aliados que comparten nuestra
libertad, estrecharemos nuestros lazos históricos y les aseguraremos nuestro
apoyo y firme compromiso. Responderemos a la lealtad con lealtad. Nos
esforzaremos en conseguir relaciones mutuamente beneficiosas. No usaremos
nuestra amistad para imponernos sobre su soberanía, pues nuestra propia
soberanía no está en venta. Y por lo que se refiere a los enemigos de la
libertad, aquellos que son potenciales adversarios, se les recordará que la paz
es la más alta aspiración del pueblo americano. Negociaremos por ella, nos
sacrificaremos por ella; no nos rendiremos por ella, ni ahora ni nunca.
Nuestro autocontrol no debería ser malinterpretado. Nuestra
reticencia hacia el conflicto no debería ser confundida con una falta de
voluntad. Cuando haga falta actuar para preservar nuestra seguridad nacional,
actuaremos. Mantendremos la suficiente fuerza para prevalecer si llega el caso,
sabiendo que si lo hacemos tendremos la mejor oportunidad de nunca tener que
usar esa fuerza. Sobre todo, debemos darnos cuenta de que ningún arsenal, o
arma en los arsenales del mundo, es tan formidable como la voluntad y el coraje
moral de los hombres y mujeres libres. Es un arma que nuestros adversarios en
el mundo de hoy no tienen. Es un arma que nosotros, como americanos, sí
tenemos. Que se enteren los que practican el terrorismo y los que rapiñan a sus
vecinos. Me dicen que decenas de miles de encuentros para rezar tienen lugar en
el día de hoy, y me alegro profundamente. Somos una nación bajo Dios, y yo creo
que Dios pretendía que fuésemos libres. Sería apropiado y bueno, creo, que en
cada Día de Investidura en los años futuros se declarara un día de plegaria.
Esta es la primera vez en la historia que esta ceremonia ha
tenido lugar, como se os ha dicho, en la Fachada Oeste del Capitolio. De pie
aquí, uno contempla una vista magnífica, abriéndose a la especial belleza e
historia de la ciudad. Al final de este espacio abierto están los altares a los
gigantes sobre cuyos hombros nos alzamos.
Directamente delante de mí, el monumento a un hombre
monumental: George Washington, Padre de nuestro país. Un hombre humilde que
llegó a la grandeza a regañadientes. Él llevó América desde la victoria
revolucionaria hasta la naciente condición de nación. A un lado, el memorial
estatal a Thomas Jefferson. La Declaración de Independencia brilla con su
elocuencia. Y, después, más allá del Lago Reflectante, las dignas columnas del
Memorial a Lincoln. Quienquiera que entienda en su corazón el significado de
América lo encontrará en la vida de Abraham Lincoln.
Más allá de esos monumentos al heroísmo está el Río Potomac,
y en la orilla más lejana las colinas inclinadas del Cementerio Nacional de
Arlington con sus filas y filas de blancas lápidas con cruces o Estrellas de
David. Ellos no son sino una pequeña fracción del precio que se ha pagado por
nuestra libertad. Cada una de esas lápidas es un monumento a los tipos de
héroes a los que me refería antes. Sus vidas terminaron en lugares llamados
Belleau Woods, el Argonne, Omaha Beach, Salerno y al otro lado del mundo en
Guadalcanal, Tarawa, Pork Chop Hill, la Reserva Chosin y un centenar de
arrozales y junglas de un lugar llamado Vietnam.
Bajo una de estas lápidas yace un joven, Martin Treptow, que
dejó su trabajo en una barbería de pueblo en 1917 para ir a Francia con la
famosa División Arco Iris. Allí, en el frente occidental, murió mientras
intentaba llevar un mensaje entre batallones bajo el fuego de la artillería
pesada.
Nos dicen que en su cadáver encontraron un diario. En la
hoja de cortesía bajo el título «Mi Promesa», él había escrito estas palabras:
«América debe ganar esta guerra. Por lo tanto, yo trabajaré, yo ahorraré, yo me
sacrificaré, yo me esforzaré, yo lucharé animosamente y sacando lo mejor de mí
mismo como si la cuestión de la lucha mundial de mí solo dependiese.»
La crisis a la que nos enfrentamos hoy no requiere el tipo
de sacrificio que a Martin Treptow y a otros tantos miles se les pidió.
Requiere, sin embargo, nuestro mejor esfuerzo, y nuestro deseo de creer en
nosotros mismos y de creer en nuestra capacidad de llevar a cabo grandes
hazañas; de creer que juntos, con la ayuda de Dios, podemos y resolveremos los
problemas a los que ahora nos enfrentamos.
Y, después de todo, ¿por qué no deberíamos creerlo? Somos
americanos.
Que Dios os bendiga y gracias.
Este energúmeno cavernícola mandó
grabar en la lapida de su tumba lo que sigue:
“Sé en mi corazón que
el hombre es bueno. Que lo que está bien triunfará siempre, al final. Y cada
vida tiene un valor y un propósito especial.”
Próximo: (5) Bill Clinton
¡¡VIVA LA REPUBLICA!!
Saludos republicanos.
La Habana, 07-10-17
Manuel Trujillo Artiles.
DOS NOTAS:
1.- Muchos han sido los calificativos que ese señor rey
de la España Borbónica-franquista ha recibido por un mensaje dirigido al pueblo
Catalán y al resto de los vasallos o súbditos españoles. Ese señor, rey, no es merecedor de
esos comentarios ofensivos. El cumple el papel que su padre le dio y este
recibiera de Franco. Lo triste es que mientras muchos/as españoles/as,
Canarios, de Melilla y Ceuta estamos en penuria tengamos que pagarle el buen
sueldo a él, su esposa, su hija, su padre, su madre y no sabemos cuantas más.
Mientras hayan tantas personas con hambre y nos hace temblar las pensiones de
los que hemos trabajado toda la vida.
El portavoz del neofascismo, “El País”, ha lanzado toda
su batería para meter miedo al pueblo catalán. Entonces debe ser bueno para los
pueblos el derecho de autodeterminación y su independencia.
Lo
que es malo para los neofascistas es bueno para los pueblos. Es decir que todo
lo que sea bueno para el testaferro de Juan Luis Cebrián (Presidente del
consejo de administración del “El País”) es malo para el resto del pueblo.
2.- El Trump, vamos a tratarlo bien, para que no se
enfade ya que los medios corporativos a
nivel del mundo que están a sus servicio no se han dignado hacer el menor
comentario que por demás es lógico porque para eso se le paga desde el imperio.
Decía; que el Trump se fue a Puerto Rico para verificar en
el terreno los destrozos del huracán.
Luego de ver los destrozos se dedicó a repartir papel
higiénico entre la población. Pensamos que dicho papel sirve para limpiarse, ya
todos los sabemos, cuando hacemos las necesidades naturales de las personas
cuando tenemos ganas de vaciar la barrilla de lo que nos sobra. Debe habérselo
quedado para él y para su señora que también le puede servir para cuando tenga
la menstruación mensual y que le sirva de tapón. Salvo que ya tenga la
menopausia, creo que no porque todavía es joven. Hay que tener mucha cara dura para trasladarse
desde tan lejos para insultar a todo un pueblo. ¡¡LIBERTAD
PARA EL PUEBLO DE PUERTO RICO!!
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