“Todas las grandes acciones y todos los grandes
pensamientos tienen un comienzo irrisorio. Las grandes obras nacen con
frecuencia a la vuelta de una esquina o en la puerta de un restaurante.”
Albert Camus, El Mito de Sísifo
“[Los contratistas de guerra] “no son sólo
manzanas podridas: son el fruto de un árbol muy tóxico. Este sistema depende
del maridaje entre inmunidad e impunidad. Si el gobierno empezara a golpear a
las empresas de mercenarios con cargos formales de acusación de crímenes de
guerra, asesinato o violación de los derechos humanos (y no sólo a título
simbólico), el riesgo que asumirían estas compañías sería tremendo. (…) La guerra
es un negocio y el negocio ha ido muy bien”.
Jeremy Scahill
“Todo aquello a lo que cerramos los ojos, todo
aquello a lo que huimos, todo lo que negamos, denigramos o despreciamos, sirve
para derrotarnos al final.”
HENRY MILLER
Efectivamente. Con las
noticias que recibimos diariamente es normal que nos lo creamos y entonces nos
viene lo “sirve para derrotarnos al final.”
Los medios, no solamente las
grandes corporaciones, quienes nos ponen en nuestras manos y oídos (TVs.
radios) sus criterios mentirosos, engañosos, distorsionados, manejados sino
además se nos ofrece la oportunidad de los medios digitales por donde se nos
emborracha con su mentiras, falsedades o engaños llamados como Fake News en la
era moderna de lo que somos víctimas.
Pasamos a ofrecer la segunda
parte donde el escritor argentino Atilio Boron
hace su invención al revés de cómo lo plateaba el señor Ariel Dorfman quien presume
de haber sido “consejero
de prensa y cultura del secretario general de gobierno de Salvador Allende en
1973.”
Entonces
añadimos lo de “La cuña del mismo
árbol es la que más aprieta”
El artículo dice:
Salvador Allende: “No en mi
nombre”
Por Atilio A. Boron
Ariel
Dorfman publicó en la edición del 21 de Febrero del 2019 de Página/12 una
nota titulada “Palabras de Salvador Allende para Maduro” en la cual
imaginó los consejos que supuestamente el difunto presidente chileno le
ofrecería al líder bolivariano para enfrentar exitosamente los desafíos de la
actual coyuntura. A continuación, la imaginaria réplica que Allende le
dirigiría a su intérprete.
Usted sabe muy bien, querido Ariel Dorfman, que soy
respetuoso con los demás pero inflexible en la defensa de mi dignidad personal
y la integridad de mis creencias y valores. Y usted ha abusado la confianza que
le supe otorgar “imaginando” razonamientos y consejos que yo le podría dar al
presidente legítimo de Venezuela que no reconozco como propios. Son suyos, y
los respeto, pero no los comparto y le solicito, con amabilidad pero con
firmeza, que no me los atribuya a mí. Son demasiadas las tergiversaciones que
usted hace de mi pensamiento y los olvidos o silencios en que incurre en su
carta. Esto me obliga a escribir estas líneas como un aporte para arrojar
cierta luz sobre la enorme confusión que, desgraciadamente, hoy se ha instalado
en la izquierda de nuestro país y que la induce a adoptar posturas incompatibles
con su noble tradición anticapitalista y antiimperialista.
Como usted sabe, yo soy médico, y como tal nunca
limité mi conducta profesional al mero estudio de las manifestaciones externas
de una enfermedad. Debía, y siempre lo hice, buscar el origen, sus causas. Y lo
misma actitud mantuve a lo largo de toda mi vida política. Voy al grano. En su
imaginaria carta al presidente Nicolás Maduro usted dice que el “experimento
chileno –llegar al socialismo por medios pacíficos– se encontraba asediado, padeciendo
formidables problemas económicos, aunque nada en comparación con el desastre
humanitario que aqueja a Venezuela.” Le confieso que me sorprende que un
hombre de su talento haya obviado toda mención a las causas que se encuentran
en el origen de las innegables dificultades económicas que agobian a Venezuela.
Y que, además, haya asumido sin beneficio de inventario la propaganda maliciosa
y perversa -como la que sufrí durante mi gobierno- que le impide
preguntarse si es cierto, como lo asegura la prensa dominada por el
imperialismo, que ese país quise sufre un “desastre humanitario.” Esta
expresión, cargada de maligna intencionalidad política, evoca las lacerantes
imágenes que hemos visto producto de la agresión norteamericana en Irak, Siria,
Yemen, Afganistán o, antes, en los Balcanes. Pero nada semejante existe en la
tierra de Bolívar. ¿Desequilibrio entre salarios y precios? Seguro.
¿Hiperinflación? También. ¿Especulación, acaparamiento de bienes esenciales,
mercado negro como tuvimos en Chile? De acuerdo. Pero también está la ayuda
alimentaria que otorga el gobierno a través de las cajas CLAP (por Comité Local
de Abastecimiento y Precios) que cada tres semanas entrega a millones de
familias. Esas cajas contienen diez rubros básicos de alimentación a un
irrisorio costo de unos veinte centavos de dólar. ¿Salarios bajos? Sí.
Pero también precios extravagantemente bajos, de regalo, en alimentos básicos,
electricidad, gas, gasolina, transporte. No obstante, es cierto que esto
no alcanza; que subsisten muchos problemas, que se cometieron errores en el
manejo macroeconómico, así como que no se procedió –hasta ahora- a combatir con
el rigor necesario a la corrupción que infecta tanto a los agentes económicos
privados como algunos sectores del aparato estatal. Pero hablar de
“desastre humanitario” es un disparate y convalidar desde la izquierda el
discurso sedicioso de la derecha. Además, ¿cuál es el origen de este
desorden?
Su respuesta a esta pregunta es decepcionante y
jamás podría serme atribuida en cuanto señala como la causa de todos estos
males al gobierno bolivariano al tiempo que ignora por completo el pérfido
accionar del imperialismo norteamericano. No es un dato anecdótico que en su
fantasiosa reconstrucción de mi pensamiento la palabra “imperialismo”, tantas
veces utilizada a lo largo de mi vida política para denunciar la prepotencia
yankee en América Latina sobre todo durante mis años como presidente de Chile,
brille por su ausencia. Su asimilación del pensamiento dominante lo
impulsa a equiparar la ofensiva que en mi contra desatara aquel perverso dúo
conformado por Richard Nixon y Henry Kissinger con la que hoy lanzan Donald
Trump, Mike Pence, Mike Pompeo, Elliot Abrams, John Bolton, Juan Cruz y
compañía. Se equivoca de medio a medio. La Casa Blanca está hoy poblada por
hampones y sicarios, alguno de los cuales son asesinos seriales –Abrams, ex
convicto indultado por George Bush padre es el caso más extremo pero está
lejos de ser la excepción- mientras que en mi época tenía que vérmelas con
reaccionarios pero no con gangsters. Además, no puede usted desconocer que los
métodos de sometimiento del imperialismo, lesivos como fueron en nuestro caso,
son hoy incomparablemente más virulentos y brutales. ¿No vió acaso la filmación
del linchamiento de Gadafi y la nauseabunda carcajada de HIllary Clinton
al recibir la noticia? ¿Usted cree que en algún momento Nixon hizo un llamado a
las fuerzas armadas chilenas para que consumaran un golpe de estado? No. Pero
Trump lo hace, y esta diferencia no es una nimiedad que pueda pasar
desapercibida para un hombre de su inteligencia. En nuestro gobierno
nacionalizamos el cobre, la banca, vastos sectores industriales, regulamos los
mercados e hicimos la reforma agraria y jamás tuvimos que enfrentar algo
semejante a las tremendas “sanciones económicas” que hoy padece el gobierno de
Maduro. Teníamos muchas dificultades pero podíamos importar repuestos,
medicamentos, alimentos, insumos esenciales para nuestra economía; nadie
confiscaba nuestros activos en el exterior como se ha hecho con total atropello
a la legalidad misma de Estados Unidos y del derecho internacional en el caso
de PdVSA y sus subsidiarias; pese a las tensiones con Washington comerciábamos
libremente con el resto del mundo y Europa no nos cerraba sus puertas. Tampoco
compartíamos una larga frontera con un país cuyo gobierno se hubiera
convertido en un “proxy” de Estados Unidos (como desgraciadamente ocurre
hoy con Colombia) y desde el cual se fomentara el contrabando de bienes básicos
y se destruyera nuestra moneda. Y ni siquiera un bandido como Nixon se
atrevió a emitir una orden ejecutiva como la que, para su eterno deshonor,
produjera el presidente Barack Obama el 9 de Marzo del 2015 declarando que
Estados Unidos se enfrentaba a una “emergencia nacional” a consecuencia de la
“amenaza inusual y extraordinaria” que Venezuela representaba para la
“seguridad nacional y la política exterior” de Estados Unidos. Resumiendo: el
papel del gobierno de Estados Unidos y sus cómplices europeos (el oro robado
por el Banco de Inglaterra es apenas un ejemplo de tantos) ha sido una causa
principalísima –por cierto que no la única- para producir la crisis económica
que afecta a Venezuela y las penurias de su pueblo. Bajo tales condiciones es
casi imposible construir una gobernanza macroeconómica eficiente o políticas
estatales adecuadas toda vez que las principales variables no están controladas
por el gobierno bolivariano sino por el de Estados Unidos. ¿No le parece que
estas diferencias tendría usted que haberlas considerado cuando equiparó, a la
ligera, las presiones que el imperialismo aplicó hace medio siglo contra el
gobierno de la Unidad Popular con las que ejerce en nuestros días sobre la
Venezuela bolivariana, muchísimo más duras y demoledoras?
Habiendo establecido esta distinción pasemos a la
política. Es cierto que en mi gobierno nunca se restringieron “los
derechos de asamblea y prensa, ni menos encarceló a opositores.” ¡Pero tampoco
lo hizo Maduro! ¿Cómo puede acusar de tal cosa al presidente bolivariano,
cómo puede acusarlo de “dictador” –cosa en la cual desgraciadamente coinciden
vastos sectores de la extraviada izquierda chilena y latinoamericana-
cuando en las sangrientas “guarimbas” del 2014 y 2017 debió enfrentarse a una
oposición que quemaba vivas a personas por “portación de cara chavista”,
atacaba con bombas incendiarias jardines infantiles y hospitales, destruía la
propiedad pública y privada, erigía barricadas que restringían totalmente el
libre tránsito de las personas, obligadas a permanecer en sus hogares y no
concurrir a sus trabajos so pena de ser ajusticiadas en el acto, disparaba con
armas de fuego a quienes desobedecían sus órdenes o a las fuerzas encargadas de
mantener el orden público? Todo esto, además, con el aplauso de la derecha mundial
y la prensa canalla elevando a la categoría de “combatientes por la libertad” a
los falsos líderes “democráticos” que promovían abiertamente la violencia
sediciosa. Usted que lleva décadas viviendo en Estados Unidos, ¿cuál cree que
sería la respuesta de la Casa Blanca ante una situación como la que acabo de
describir? ¿Consideraría como “dictador” al presidente que hiciera todo lo
posible para restablecer el orden público? No hay presos políticos en
Venezuela. Sí hay políticos presos, algo totalmente distinto. Es más, le
aseguro que algunos de esos políticos presos, autores intelectuales de
disturbios que ocasionaron centenares de muertes en 2014 y 2017, están
sufriendo condenas leves en Venezuela mientras en otros países, Estados Unidos
por ejemplo, estarían sentenciados a cadena perpetua o condenados a la pena
capital.
En cuanto a la libertad de reunión y expresión, el
“presidente encargado” Juan Guaidó –un títere sedicioso manejado a voluntad por
Washington- mantuvo en la sede de la Asamblea Nacional en Caracas, a pocas
cuadras del Palacio de Miraflores donde despacha el supuesto “dictador” Nicolás
Maduro, reuniones periódicas con personalidades de la política y la cultura
venezolanas que acudían sin ser acosados por las autoridades. Hay fotos en los
cuales se testifica esto de manera irrefutable. Este mediocre impostor puede
citar a conferencias de prensa, otorgar entrevistas por radio y televisión,
entrar y salir del país sin ser molestado ni él ni su familia. Los dirigentes
de la oposición circulan por las calles de Caracas sin ser molestados –le
consta personalmente a un amigo mío que anduvo por allí estos días y tropezó
con varios de sus líderes en las inmediaciones de la Asamblea Nacional- y
desarrollan sus actividades políticas sin cortapisas. ¿Podía hacer eso la
oposición chilena bajo la dictadura de Pinochet? ¿Se imagina usted lo que le
hubiera ocurrido a quien, en medio de una intoxicación alcohólica, se hubiese
encaramado a una tarima y autoproclamado “presidente encargado” de Chile? ¿O
que hubiera salido al exterior y promovido una invasión de “guarimberos” contra
su propio país, como en estos días se hace en el puente internacional Simón
Bolívar, para luego iniciar una gira dizque presidencial por Brasil, Paraguay y
Argentina en un avión de la Fuerza Aérea Colombiana? La dictadura lo hubiera
apresado, torturado y ejecutado sin piedad en cuestión de días. Pero ahí anda
Guaidó, jugando a ser el presidente de nada, mandando sobre nadie, ignorado y
ridiculizado en su país aún por los opositores de Maduro, y contando para ello
con la colaboración del turbio narcogobierno de Iván Duque que pone un avión a
su disposición y la lambisconería de personajes del bajo mundo de la política
latinoamericana como Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y Mario Abdo Benítez.
Mire Ariel, hágase un favor a usted mismo: vaya a
Venezuela, alójese en un hotel de cinco estrellas y examine la grilla de
canales de televisión que podrá ver desde su habitación. Allí notará la
presencia de casi todos los canales internacionales que satanizan al gobierno
de Maduro –CNN, Televisión Española, TV de Chile, etcétera- y la estruendosa
ausencia de Telesur, la única señal televisiva que ofrece una visión
alternativa a la dominante en la conspiración mediática. Y la feroz “dictadura”
de Maduro nada hace para obligar a los cableoperadores a incluir en su grilla a
Telesur. En ese confortable hotel también podrá ver a una mayoría de
canales nacionales despotricando permanentemente contra el gobierno? ¿Usted
cree que tal cosa puede ocurrir bajo una dictadura? Pero no se quede en el
hotel. Salga y camine por las calles de Caracas, o cualquier otra ciudad.
Dígame si ve, como en casi toda América Latina, familias enteras durmiendo en
la calle o niños pidiendo limosna o sacando comida de la basura. Por mi pasada
investidura presidencial me abstendré de nombrar países en los cuales cosas
como esas forman parte del paisaje cotidiano, pero usted sabe muy bien a cuáles
me estoy refiriendo. Vaya a las barriadas populares de Caracas: a Petare, la 23
de Enero, métase en el metro y hable con los pasajeros. Los caribeños
son muy extrovertidos y le evacuarán todas sus dudas. Criticarán al gobierno
por la carestía, los bajos salarios, se quejarán de la ineficiencia en algunos
sectores de la administración pública, de la corrupción en otros, pero no
encontrará muchos que le digan que quieren ser gobernados por un presidente
impuesto por los gringos como a diario miente la prensa concentrada, o que les
vengan a quitar su petróleo y sus riquezas naturales, como explícitamente lo
anunciaran Trump y Bolton. Es más, comprobará, como lo hicieron varios amigos
míos recientemente, que ante la desfachatez de la agresión de la Casa Blanca el
sentimiento antiimperialista y chavista se ha fortalecido considerablemente a
pesar de las penurias económicas. Hágame caso: vaya, vea, hable y sobre todo
escuche. Escuche a la gente y olvídese de los medios de comunicación
hegemónicos, todos comprados o alquilados por el poder corporativo mundial para
envenenar a la sociedad con “fake news”, “posverdades” y blindajes mediáticos
que ocultan la fenomenal inmoralidad y corrupción de los supuestos salvadores
de la democracia venezolana, dentro y fuera de ese país. Y olvídese también del
“saber oficial” de la academia, tanto en Estados Unidos como en Europa y
América Latina, que en su escandalosa capitulación se ha convertido en una
agencia de propaganda al servicio de los peores intereses de las clases
dominantes del imperio.
Usted se permitió aconsejarle al presidente Maduro,
en mi nombre, que haga lo que yo traté de hacer y no pude: convocar “a un
plebiscito para que el pueblo decidiera el rumbo futuro de la patria. Si yo
perdía, renunciaría a la Presidencia y se llevarían a cabo nuevas elecciones.”
¿No se enteró usted que entre mediados del 2017 y comienzos del 2018 se intentó
llegar a un arreglo institucional en negociaciones sostenidas en Santo Domingo
bajo la dirección de José Luis Rodríguez Zapatero y que en el momento de sellar
el acuerdo una orden del presidente Trump hizo que los representantes de la
MUD, la Mesa de Unidad Democrática de la oposición, abandonaran presurosos el
recinto cuando se estaba a punto de firmar el documento final en presencia del
ex presidente del gobierno español y de Danilo Medina, el presidente de
República Dominicana? ¿Ignora usted que el gobierno de Estados Unidos y sus
operadores dentro de Venezuela han dicho hasta el cansancio que no quieren
elecciones sino la “salida” de Maduro, el tan anhelado “cambio de régimen”, a
quien incluso amenazan con asesinarlo, como lo ha hecho Marco Rubio, un
verdadero “malandro oficial” como diría la canción de Chico Buarque, en un
infame tuit emitido recientemente. Pero suponiendo que aquel acuerdo de Santo
Domingo hubiera prosperado, ¿cree usted sinceramente que la derecha y el imperialismo
aceptarían el veredicto de las urnas en el más que probable caso de un nuevo
triunfo del chavismo? Recuerde lo que pasó conmigo: el golpe se produjo
precisamente para evitar la realización de un plebiscito que hubiera ratificado
mi gestión en el palacio de La Moneda. ¿Cree que sería diferente en el caso del
presidente Maduro? No se puede ser tan ingenuo.
Otra cosa: siempre fui un demócrata, pero jamás un
adorador de la concepción burguesa de la democracia. He sido un marxista a lo
largo de toda mi vida y, fiel a esa teoría, sé que la lucha de clases es el
motor de la historia, y que sus efectos son tan irresistibles como la ley de la
gravedad. Ese es uno de los más notables olvidos de su carta, a los que me
refería al inicio. Sé que para la burguesía la democracia es tolerable en la
medida en que no afecte sus intereses. Cuando esto ocurre la destruye sin más
trámite y sin remordimiento alguno y erige en su lugar regímenes despóticos,
fascistas, racistas que restauren el orden amenazado. La historia de mi
gobierno comprueba irrefutablemente la omnipresencia y la excepcional
gravitación de la lucha de clases. Por eso apoyé desde el principio a la
Revolución Cubana, porque ví que allí nacía una nueva forma de democracia con
justicia social. También supe que no era ese el modelo que se podía aplicar en
Chile porque las historias, instituciones, fuerzas sociales y tradiciones
políticas de ambos países eran muy diferentes. Pero rápidamente me convencí que
la democracia radical, de base, instituida en la isla rebelde era tan válida
como nuestra “vía chilena al socialismo.” Y por las mismas razones acepté, aun
ejerciendo la presidencia del Senado chileno, ser presidente de la OLAS, la
Organización Latinoamericana de Solidaridad creada por Fidel en 1967 para
apoyar las luchas por la liberación nacional que se estaban librando en el
Tercer Mundo, y en particular la del Che Guevara en Bolivia. Y por eso colaboré
en garantizar la salida, sanos y salvos, de los hombres que acompañaron al Che
en la guerrilla de Ñancahuazú así como de los seis jóvenes argentinos fugados
de la cárcel de Trelew, donde estaban detenidos por su oposición armada a la
dictadura reinante en ese país. Y por esas mismas razones invité a Fidel a
realizar una extensa visita a Chile, que despertó los peores odios de la
derecha y el imperialismo. Por eso creo que tiene razón Maduro cuando me
considera como el precursor del ciclo de izquierda relanzado en Latinoamérica
con la elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en diciembre de
1998. Y por la misma razón discrepo radicalmente con usted cuando afirma que
haber sacrificado “mi vida por la democracia y una revolución pacífica es un
ejemplo leal y luminoso para los pueblos sedientos de libertad y justicia
social.” En política no se trata de crear santos o héroes dispuestos a
inmolarse sino de construir sociedades más justas y libres, tarea ardua y
erizada de peligros bajo el capitalismo y las presiones del imperialismo. Por
ningún motivo le recomendaría al presidente Maduro hacer virtud de lo que en mi
caso fue una desgraciada necesidad, producto de la debilidad de mi gobierno
frente a la coalición reaccionaria y de la incapacidad de la izquierda
para calibrar en sus justos términos la naturaleza perversa y tiránica de los
sectores oligárquicos chilenos y sus mentores norteamericanos. Mi muerte en La
Moneda, como la del Che en Bolivia, fue una convocatoria a la lucha para abrir
las grandes alamedas, no para fomentar el derrotismo y la resignación ante las
fuerzas más retardatarias de nuestras sociedades.
Habida cuenta de todo lo anterior es que le exijo
no prosiga usted hablando en mi nombre. Si todo lo que he expuesto no le
resulta convincente persista en su prédica, pero hágalo a nombre propio y no en
el mío. Nadie, ni aún quienes participaron en mi gobierno, incluida la
dirección del Partido Socialista, del cual fui fundador, o llevan mi apellido,
o participan en este lamentable extravío que afecta a vastos sectores de la
izquierda chilena, construida a base de más de cien años de esfuerzos,
sacrificios, cárceles y persecuciones de todo tipo, tiene derecho a bastardear
el legado político que sellé con mi sangre en La Moneda. Y no puedo ocultarle
el profundo dolor que me embarga al ver en esta tremenda coyuntura venezolana,
cuando el gobierno bolivariano se enfrenta a un “tránsito histórico” como el
que yo aludiera en mi postrero mensaje al pueblo chileno, que usted tome
partido junto a los Vargas Llosa (padre e hijo), Carlos Alberto Montaner,
Plinio Apuleyo Mendoza, Enrique Krauze, Jorge Castañeda y toda la derecha
“bienpensante” y complaciente de Latinoamérica amparada, financiada y promovida
por la NED, la Open Society Foundation y la enorme red de fundaciones y ONGs
que sirven de vehículos para la dominación cultural del imperialismo. O que su
nombre figure al lado de Macri, Bolsonaro y Abdo Benítez. Preferiría verlo en
el otro bando, donde se agrupan quienes creen que en este momento o se está con
un gobierno surgido del voto popular, que acabó con el analfabetismo, extendió
como nunca antes la salud pública, entregó más de dos millones y medio de
viviendas a su pueblo y recuperó las riquezas naturales de su país, ganó en 23
de las 25 elecciones convocadas desde su llegada al poder (y si tiene dudas
acerca de ellas hable con Jimmy Carter que podrá ilustrarlo al respecto);
o se está con Trump y sus lacayos dentro y fuera de Venezuela y cuyo
excluyente objetivo es apoderarse del petróleo, del oro y del coltan, entre
otros recursos naturales estratégicos, que se encentran en demasía en territorio
venezolano. Y espero que no insulte mi inteligencia afirmando que el objetivo
del intervencionismo norteamericano es establecer el imperio de la justicia, la
libertad, los derechos humanos y la democracia. Muéstreme un país en donde tal
cosa haya ocurrido. ¿Honduras, Granada, Panamá, Brasil en 1964, Chile después
de 1973? ¿Irak, Afganistán, Yemen? Lo que los mueve a propiciar este tipo de
políticas de “cambio de régimen” es su afán por apoderarse de recursos
naturales cada vez más escasos y posicionarse más favorablemente en el complejo
tablero geopolítico internacional. Todo a costa del sometimiento de nuestros
pueblos y al avasallamiento de la soberanía y autodeterminación nacionales.
Confío en que podrá usted abstraerse de las
opiniones dominantes en Estados Unidos y, por proyección casi “natural” en sus
países satélites de Europa y Latinoamérica y el Caribe, tan fuertemente
influidas por la dictadura mediática que nos agobia en todo el mundo, y pueda
someter a revisión las ideas que ha expuesto como si fueran mías y no lo son.
En el pasado usted escribió algunas páginas notables que enriquecieron el
pensamiento crítico latinoamericano. Vuelva a sus orígenes porque ha perdido el
norte. Su imaginaria reconstrucción de mi pensamiento es una inadmisible
desvirtuación de mis ideas. Por eso le reitero: diga lo que quiera, pero no en
mi nombre. Y esto no es un favor que estoy pidiendo sino una exigencia nacida
del respeto que merece mi trayectoria, mi coherencia política y la vida
que ofrendé por ser leal a mis ideas y a mi pueblo.
Espero fervientemente que pueda usted recapacitar y
retomar el rumbo que lo llevó a acompañarme en mi proyecto de gobierno.
Atentamente,
Salvador Allende Gossens
Pagina12: 02-03-19
¡¡¡VIVA LA REPUBLICA!!
Saludos republicanos.
La Habana, 10-03-19
Manuel Trujillo Artiles
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