CUBA.
- La Escuela Latinoamericana de Medicina
(ELAM), creada el 15 de noviembre de 1999, en su acto inaugural Fidel expresó:
"más que médicos serán guardianes de los más preciado del ser humano,
apóstoles y creadores de un mundo más humano"
“Nuestro país no lanza bombas contra otros pueblos, ni manda miles de aviones a bombardear ciudades; nuestro país no posee armas nucleares, ni armas químicas, ni armas biológicas. Las decenas de miles de científicos y médicos con que cuenta nuestro país han sido educados en la idea de salvar vidas. Estaría en absoluta contradicción con su concepción poner a un científico o a un médico a producir sustancias, bacterias o virus capaces de producir la muerte a otros seres humanos.”
“Nuestro país no lanza bombas contra otros pueblos, ni manda miles de aviones a bombardear ciudades; nuestro país no posee armas nucleares, ni armas químicas, ni armas biológicas. Las decenas de miles de científicos y médicos con que cuenta nuestro país han sido educados en la idea de salvar vidas. Estaría en absoluta contradicción con su concepción poner a un científico o a un médico a producir sustancias, bacterias o virus capaces de producir la muerte a otros seres humanos.”
“Decenas de miles de médicos cubanos han prestado
servicios internacionalistas en los lugares más apartados e inhóspitos. Un día
dije que nosotros no podíamos ni realizaríamos nunca ataques preventivos y
sorpresivos contra ningún oscuro rincón del mundo; pero que, en cambio, nuestro
país era capaz de enviar los médicos que se necesiten a los más oscuros
rincones del mundo. Médicos
y no bombas, médicos y no armas inteligentes.”
Fragmentos del discurso pronunciado por el
Comandante en Jefe, en Buenos Aires, en mayo de 2003.
A continuación la nota del Ministerio de Relaciones Asuntos Exteriores (MINREX):
El
impacto de la COVID-19 puede medirse ya y podrá evaluarse en el futuro por la
impresionante cantidad de personas infectadas, por las cifras inaceptables de
muertes, por el daño indiscutible a la economía mundial, a la producción, el
comercio, el empleo y los ingresos personales de millones de personas. Es una
crisis que rebasa con creces el ámbito sanitario.
La
pandemia llega y se propaga en un escenario previamente caracterizado por la
abrumadora desigualdad económica y social entre y dentro de las naciones, con
flujos migratorios y de refugiados sin precedentes; en el que la xenofobia y la
discriminación racial vuelven a aflorar; y en el que los impresionantes avances
de la ciencia y la tecnología, particularmente en materia de salud, se
concentran cada vez más en el negocio farmacéutico y la comercialización de la
medicina, en vez de dirigirse a asegurar el bienestar y la vida saludable de
las mayorías.
Llega
a un mundo lastrado por patrones de producción y consumo que se sabe son
insostenibles e incompatibles con la condición agotable de los recursos
naturales de los que depende la vida en el planeta, particularmente en los
países más industrializados y entre las élites de los países en desarrollo.
Antes
de que se identificara al primer enfermo, había 820 millones de personas
hambrientas en el mundo, 2 mil 200 millones sin servicios de agua potable, 4
mil 200 millones sin servicios de saneamiento gestionados de forma segura y 3
mil millones sin instalaciones básicas para el lavado de las manos.
Ese
escenario resulta más inadmisible cuando se conoce que a nivel global se
emplean al año unos 618 mil 700 millones de dólares estadounidenses solo en
publicidad, junto
a un billón 8 mil millones de dólares estadounidenses en gasto militar y de
armamentos, que
resultan totalmente inútiles para combatir la amenaza de la COVID-19, con sus
decenas de miles de muertes.
El
virus no discrimina entre unos y otros. No lo hace entre ricos y pobres, pero
sus efectos devastadores se multiplican allí donde están los más vulnerables,
los de menos ingresos, en el mundo pobre y subdesarrollado, en los bolsones de
pobreza de las grandes urbes industrializadas. Se siente con especial impacto
ahí donde las políticas neoliberales y de reducción de los gastos sociales han
limitado la capacidad del Estado en la gestión pública.
Cobra
mayores víctimas donde se han recortado los presupuestos gubernamentales
dedicados a la salud pública. Provoca mayor daño económico donde el Estado
tiene pocas posibilidades o carece de opciones para salir al rescate de quienes
pierden el empleo, cierran sus negocios y sufren la reducción dramática o el
fin de sus fuentes de ingresos personales y familiares. En los países más
desarrollados, produce más muertes entre los pobres, los inmigrantes y,
específicamente en Estados Unidos, entre los afroamericanos y los latinos.
Como
agravante, la comunidad internacional afronta esta amenaza global en momentos
en que la mayor potencia militar, económica, tecnológica y comunicacional del
planeta despliega una política exterior dirigida a atizar y promover los
conflictos, las divisiones, el chovinismo y posiciones supremacistas y
racistas.
En
instantes en que enfrentar globalmente la pandemia requiere impulsar la
cooperación y estimular el importante papel de las organizaciones
internacionales, particularmente la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y
la Organización Mundial de la Salud (OMS), el actual gobierno de los Estados
Unidos ataca al multilateralismo y busca descalificar el reconocido liderazgo
de la OMS. Continúa, además, en su mezquina intención de aprovechar el momento
para imponer su dominación y agredir a países con cuyos gobiernos tiene
discrepancias.
Son
ejemplos ilustrativos las recientes y graves amenazas militares contra la
República Bolivariana de Venezuela y la proclamación anteayer, por parte del
presidente de los Estados Unidos, del Día y la Semana Panamericanos del 14 al
18 de abril, acompañada de declaraciones neocoloniales e inspiradas en la
Doctrina Monroe contra Venezuela, Nicaragua y Cuba, en recordación de la
Conferencia Panamericana, condenada hace 130 años por José Martí. Por esos
mismos días, se produjeron, en 1961, los combates de Playa Girón.
Otro
ejemplo es el ataque inmoral y persistente contra el esfuerzo cubano de brindar
solidaridad a aquellos países que han solicitado cooperación para enfrentar la
COVID-19. En vez de dedicarse a promover la cooperación y estimular una
respuesta conjunta, altos funcionarios del Departamento de Estado de ese país
dedican su tiempo a emitir declaraciones de amenaza contra aquellos gobiernos
que, ante el drama de la pandemia, optan soberanamente por solicitar ayuda a
Cuba.
Estados
Unidos comete un crimen y lo saben sus funcionarios cuando, al atacar en medio
de una pandemia la cooperación internacional que brinda Cuba, se propone privar
a millones de personas del derecho humano universal a los servicios de salud.
La
dimensión de la actual crisis nos obliga a cooperar y a practicar la
solidaridad, incluso reconociendo diferencias políticas. El virus no respeta
fronteras ni ideologías. Amenaza la vida de todos y es de todos la
responsabilidad de enfrentarlo. Ningún país debería asumir que es
suficientemente grande, rico o poderoso para defenderse por sí solo, en
aislamiento y desconociendo los esfuerzos y las necesidades de los demás.
Es
urgente compartir y ofrecer información de valor y confiable.
Hay
que dar los pasos que permitan coordinar la producción y distribución de
equipamiento médico, medios de protección y medicinas, con un sentido de
justicia. Aquellos países con mayor disponibilidad de recursos deben compartir
con los más afectados y con los que llegan a la pandemia menos preparados.
Con
ese enfoque se trabaja desde Cuba. Con él se intenta aportar la humilde
contribución de una nación pequeña, con escasas riquezas naturales y sometidas
a un largo y brutal bloqueo económico. Hemos podido acumular durante décadas
experiencia en el desarrollo de la cooperación internacional en materia de
salud, reconocida generosamente por la Organización Mundial de la Salud y
nuestras contrapartes.
En
las últimas semanas, hemos respondido a solicitudes de cooperación sin
detenernos a evaluar coincidencias políticas o ventajas económicas. Hasta el
momento, se han destinado 21 brigadas de profesionales de la salud para sumarse
al esfuerzo nacional y local de 20 países, que se añaden o
refuerzan a las brigadas de colaboración médica en 60 naciones, que se han
incorporado al esfuerzo de combatir esta enfermedad en donde ya prestaban
servicios.
También
hemos compartido algunos de los medicamentos producidos por la isla que, según
nuestra práctica, tienen eficacia probada en la prevención o el tratamiento de
la enfermedad. Adicionalmente, nuestro personal médico ha participado
desde Cuba y vía teleconferencias en consultas y debates sobre tratamientos específicos
para pacientes o grupos particulares de estos en varios países.
Ese
esfuerzo se lleva a cabo sin descuidar la responsabilidad de proteger a la
población cubana, lo cual se cumple con rigor pese a las inmensas limitaciones
que impone el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos.
Todo el que desee conocer, encontrará los datos que sustentan esta afirmación,
pues son públicos. Todo el que tenga un ápice de decencia, comprenderá que el
bloqueo plantea a Cuba una presión extraordinaria para garantizar los insumos
materiales y los equipos que sostienen el sistema de salud pública y las
condiciones específicas para enfrentar esta pandemia.
Un
ejemplo reciente fue el de un cargamento de ayuda procedente de China que no
pudo trasladarse a Cuba porque la empresa transportista alegó que el bloqueo
económico de los Estados Unidos se lo impedía. Frente a él, altos funcionarios
del Departamento de Estado han tenido la desvergüenza de declarar que los
Estados Unidos sí exportan a Cuba tanto medicinas como equipos médicos.
No son capaces, sin embargo, de respaldar esas falsedades con un solo ejemplo
de alguna transacción comercial entre los dos países.
Es
sabido y está más que fundamentado que el bloqueo económico es el principal
obstáculo para el desarrollo de Cuba, para la prosperidad del país y para el
bienestar de los cubanos. Esa dura realidad, que se debe única y exclusivamente
a la empecinada y agresiva conducta del gobierno de los Estados Unidos, no nos
impide ofrecer nuestra ayuda solidaria. No la negamos a nadie, ni siquiera a
ese país que tanto daño nos provoca, si fuera el caso.
Cuba
tiene el convencimiento de que el momento reclama cooperación y solidaridad.
Sostiene que un esfuerzo internacional y políticamente desprejuiciado para
desarrollar y compartir la investigación científica y para intercambiar las
experiencias de diversos países en la labor preventiva, la protección de los
más vulnerables y las prácticas de conducta social, ayudará a acortar la
duración de la pandemia y a reducir el ritmo de las pérdidas de vidas. Cree
firmemente que el papel y el liderazgo de las Naciones Unidas y de la
Organización Mundial de la Salud son imprescindibles.
La
expansión viral se detendrá eventualmente, más rápido y con menos costo, si
actuamos de conjunto.
Quedará
entonces la crisis económica y social que viene provocando a su paso y cuyas
dimensiones nadie es capaz de vaticinar con certeza.
No
puede esperarse a ese momento para aunar voluntades en aras de superar los
grandes problemas y amenazas que encontraremos y responder a los que
arrastramos desde antes que la pandemia comenzara a cobrar las primeras vidas.
Si
no se garantiza para los países en desarrollo el acceso a la tecnología que
suele concentrarse en los países más industrializados, incluyendo especialmente
en el ámbito de la salud, y si estos no se disponen a compartir sin
restricciones y egoísmos los avances de la ciencia y sus productos, la inmensa
mayoría de la población del planeta quedará tan o más expuesta que hoy, en un mundo
cada vez más interconectado.
Si
no se eliminan las medidas económicas coercitivas motivadas por razones
políticas contra países en desarrollo y si a estos no se les exonera la
agobiante e impagable deuda externa y se les libra del tutelaje despiadado de
las organizaciones financieras internacionales, no se podrá confiar en la
ilusión de que habrá una mejor capacidad de respuesta a las desigualdades
económicas y sociales que, aun sin pandemia, matan cada año a millones, sin
discriminar niños, mujeres o ancianos.
La
amenaza a la paz y la seguridad internacional es real y las agresiones
constantes contra determinados países la agravan.
Es
muy difícil esperar que el fin eventual de la pandemia conducirá a un mundo más
justo, más seguro y más decente si la comunidad internacional, representada por
los gobiernos de cada país, no se apresura desde ahora a conciliar y adoptar
decisiones que hasta el momento han demostrado ser tercamente evasivas.
Quedará
también la incertidumbre sobre cuán preparada estará la Humanidad para la
próxima pandemia.
Aún
es tiempo de actuar y de movilizar la voluntad de los que hoy tienen la
responsabilidad de hacerlo. Si se deja para las futuras generaciones,
podrá ser demasiado tarde.
La
Habana, 16 de abril de 2020
Granma:
16-04-20
¡¡VIVA LA REPUBLICA!!
Saludos republicanos.
La Habana: 16-04-20
Manuel Trujillo Artiles.
hola soy antonio del fondillo tafira te voy a escribir un email porque me gustaria retomar nuestra amistad despues de tantos años
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