“Hegel dice en alguna
parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia
universal aparecen, como si dijéramos, dos veces.
Pero se olvidó de
agregar: una vez como tragedia y la otra como
Farsa
Carlos Marx,
15 AÑOS DE CRÍMENES
Por Thierry Meyssan
Estados Unidos y sus
aliados conmemoran los 15 años de los hechos del 11 de septiembre de 2001.
Thierry Meyssan aprovecha la ocasión para pasar en revista la política de
Washington desde aquellos acontecimientos… y el balance resulta
particularmente sombrío. Sólo caben dos posibilidades: o la versión de los
atentados que defiende la Casa Blanca es auténtica, y en ese caso su respuesta
a los ataques ha resultado tremendamente contraproducente, o se trata de
un engaño y Estados Unidos ha logrado saquear el Gran Medio Oriente.
Hace 15 años, el 11
de septiembre de 2001, hacia las 10 de la mañana, Richard Clarke, entonces
coordinador nacional para la seguridad, la protección de la infraestructura y
el contraterrorismo, activaba el «Plan de Continuidad del Gobierno» [1]. Según Richard
Clarke, se trataba así de responder a la situación excepcional creada por
2 aviones que se habían estrellado contra las Torres Gemelas del
World Trade Center, en Nueva York, y por un tercer avión que se había
estrellado contra el Pentágono.
Pero el «Plan de
Continuidad del Gobierno» había sido concebido como respuesta a la
destrucción de las instituciones democráticas provocada, por ejemplo, por
un ataque nuclear. Nunca estuvo previsto activarlo en una situación en la
que el presidente y el vicepresidente de Estados Unidos así como
los presidentes de la Cámara de Representantes y el Senado estuviesen vivos y
en condiciones de seguir ejerciendo sus funciones.
La activación de ese
plan puso las responsabilidades del presidente de los Estados Unidos
en manos de una autoridad militar alternativa con base en
Mount Weather [2]. Esa autoridad
militar sólo devolvió las prerrogativas presidenciales al presidente George W.
Bush Jr, al final de aquel día. La identidad de los miembros de esa
autoridad y las decisiones que tomaron durante aquellas horas siguen
en secreto.
Dado el hecho que, el
11 de septiembre de 2001, el presidente estadounidense se vio
privado de las prerrogativas inherentes a su cargo durante unas
10 horas, en violación de la Constitución de los Estados Unidos,
es técnicamente exacto hablar de «golpe de Estado».
Por supuesto, el uso de esa expresión puede resultar chocante, porque
estamos hablando de Estados Unidos, porque el hecho se produjo en
circunstancias excepcionales, porque la autoridad militar nunca reivindicó
el hecho y porque finalmente devolvió el poder al presidente
constitucional. A pesar de todo eso, el hecho es que se trató, stricto
sensu, ni más ni menos que de un «golpe de Estado».
En un libro célebre,
publicado en 1968, reeditado y convertido en lectura obligada de los neoconservadores
durante la campaña electoral del año 2000, el historiador Edward Luttwak
explicaba que un golpe de Estado verdaderamente exitoso es aquel cuya
existencia nadie percibe, ya que al no percibirlo nadie tratará de
oponerse a él [3].
Seis meses después de
aquellos hechos, publiqué un libro sobre las consecuencias políticas de aquel
día [4]. Los medios de
prensa solamente hablaron de los cuatro primeros capítulos, en los que
demostraba que la versión oficial no podía ser cierta. Fui muy criticado
por no proponer mi propia versión de aquel día, pero no tengo
tal versión y hoy en día sigo abrigando al respecto más preguntas que
respuestas.
En todo caso, los 15
años transcurridos nos aclaran lo sucedido aquel día.
Desde
el 11 de septiembre de 2001, el Estado federal se halla
al margen de la Constitución
En primer lugar,
aunque la aplicación de algunas de sus disposiciones fueron brevemente
suspendidas en 2015, Estados Unidos sigue viviendo actualmente bajo
los términos de la USA Patriot Act. Adoptado apresuradamente,
45 días después del golpe de Estado, ese texto constituye una
respuesta al terrorismo. Dado su volumen, sería más adecuado hablar de un
código antiterrorista que de una simple ley. Se trata, en realidad,
de un texto preparado por la Federalist Society durante los 2 años
anteriores a los hechos del 11 de septiembre. Sólo 4 parlamentarios
se opusieron a su adopción.
La USA Patriot Act,
o Acta Patriótica, suspende las limitaciones que la Constitución de los
Estados Unidos podría imponer a las iniciativas del Estado federal
en materia de lucha contra el terrorismo. Esas limitaciones están
formuladas en la «Carta de Derechos», o sea en las 10 primeras
enmiendas de la Constitución y su suspensión corresponde al principio
del estado de emergencia permanente. El Estado federal puede entonces
practicar la tortura fuera de su territorio y espiar masivamente a su
población. Al cabo de 15 años de aplicación de tales prácticas ya
no es técnicamente posible que Estados Unidos pretenda presentarse
como un «Estado de derecho».
Para aplicar el Acta
Patriótica, el Estado federal comenzó por crear un nuevo ministerio: el
Departamento de Seguridad de la Patria (United States Department of Homeland
Security). El nombre real de este ministerio estadounidense resulta
tan chocante que en el mundo entero lo traducen como «Seguridad
Interna» o «Seguridad Nacional», lo cual es falso.
Posteriormente, el
Estado federal se dotó de un conjunto de cuerpos de policía política que,
según un amplio estudio del Washington Post empleaban en 2010
al menos 850 000 nuevos funcionarios para espiar a 315 millones
de habitantes [5].
La gran innovación
institucional de ese periodo es la relectura de la separación de poderes.
Hasta entonces se consideraba, según la concepción de Montesquieu, que
la separación de poderes permitía mantener un equilibrio entre el Poder
Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial, equilibrio indispensable
para el buen funcionamiento y la preservación de la democracia.
Estados Unidos podía enorgullecerse de ser el único país del mundo que
aplicaba estrictamente el principio de separación de poderes. Actualmente, por
el contrario, la separación de poderes significa que el Poder Legislativo y el
Poder Judicial ya no tienen posibilidad de control sobre los actos del
Ejecutivo. Es incluso en virtud de esta nueva interpretación que el Congreso
estadounidense no fue autorizado a debatir las condiciones del golpe
de Estado del 11 de septiembre de 2001.
Contrariamente a lo
que escribí en 2002, los Estados de Europa Occidental se resistieron
a esa evolución. No fue hasta hace un año y medio que Francia cedió y
adoptó el principio del Estado de emergencia permanente, a raíz de la
masacre perpetrada en las oficinas del semanario satírico Charlie-Hebdo.
Esa mutación interna viene acompañada de un cambio radical en materia
de política exterior.
Desde el 11 de septiembre de 2001, el Estado federal estadounidense, al margen de la Constitución, ha saqueado el Gran Medio Oriente
En los días
posteriores a los hechos del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush
–quien ya había recuperado sus prerrogativas presidenciales en la noche del 11
de septiembre– declaró a la prensa: «Esta cruzada, esta cruzada contra el
terrorismo, llevará tiempo» [6]. Aunque
se excusó después por haberse expresado en esos términos,
la selección de las palabras que utilizó en su declaración indicaba
que el enemigo decía actuar en nombre del islam y que la guerra sería
larga.
En efecto, por
primera vez en su historia, Estados Unidos está en guerra
ininterrumpidamente desde hace 15 años. Ese país definió su
Estrategia Contra el Terrorismo [7], estrategia que la
Unión Europea no tardó en copiar [8].
Si las sucesivas
administraciones estadounidenses han presentado esa guerra como una persecución
de Afganistán a Irak, de Irak hacia África, Pakistán y Filipinas y
luego hacia Libia y Siria, el general estadounidense Wesley Clark,
ex Comandante Supremo de la OTAN, confirmó, por el contrario, la existencia
de un plan a largo plazo. El 11 de septiembre de 2001, los autores
del golpe de Estado decidieron cambiar todos los gobiernos amigos existentes en
el «Medio Oriente ampliado», o Gran Medio Oriente, y hacer la guerra a
los 7 gobiernos que oponían resistencia en esa región. El presidente
Bush Jr. tomó nota de esa orden, 4 días después, durante una reunión
organizada en Camp David. Hoy es evidente que ese programa
se puso en aplicación y que aún está en marcha.
Estos cambios de
regímenes amigos mediante revoluciones de colores y las guerras desatadas
contra los regímenes que resistían al dictado estadounidense no tenían
como objetivo la conquista de esos países en el sentido imperial clásico
–en definitiva, Washington ya tenía a esos aliados bajo control– sino
saquearlos. En esta región del mundo, sobre todo en el Levante,
la explotación de esos países no sólo encontraba la resistencia de
las poblaciones sino que existía un obstáculo adicional: la presencia de
una extraordinaria cantidad de ruinas de civilizaciones antiguas. O sea,
no sería posible saquearla a fondo sin enfrentar la crítica
de los defensores de ese patrimonio histórico de la humanidad.
Según el presidente
Bush Jr., los atentados del 11 de septiembre de 2001 fueron perpetrados
por al Qaeda, lo cual justificaba el ataque contra Afganistán mucho
mejor que la ruptura –en julio de 2001– de las negociaciones
petroleras con los talibanes. La teoría de Bush fue desarrollada por su
secretario de Estado, el general Colin Powell, quien prometió presentar al
Consejo de Seguridad de la ONU un informe sobre ese tema. Pero
no sólo Estados Unidos nunca encontró tiempo
–en 15 años– para redactar ese informe sino que el pasado 4
de junio el ministro ruso de Relaciones Exteriores reveló que su homólogo
estadounidense John Kerry le pidió que Rusia no atacara a
al Qaeda –aliado de Estados Unidos– en Siria, revelación
extremadamente sorprendente que la parte estadounidense nunca desmintió.
Al principio, el
Estado federal estadounidense al margen de la Constitución prosiguió
adelante con su plan, mintiendo descaradamente al mundo entero. Después de
prometer un informe sobre el papel de Afganistán en los hechos del 11 de
septiembre, Colin Powell mintió una y otra vez ante el Consejo de
Seguridad de la ONU en un largo discurso destinado a vincular el gobierno
de Irak con aquellos atentados y a acusarlo de querer prolongar la masacre
utilizando armas de destrucción masiva [9].
El Estado federal
liquidó en días la mayor parte del ejército iraquí, saqueó los
7 principales museos de Irak y quemó la Biblioteca Nacional [10]. Puso en el poder
una Autoridad Provisional de la Coalición, que no era un órgano de la coalición
de países participantes en la invasión de Irak sino una empresa privada,
al estilo de la siniestra Compañía de Indias y perteneciente
fundamentalmente a Kissinger Associates [11]. Durante todo
un año esa compañía saqueó todo lo que se podía saquear
en Irak. Finalmente entregó el poder a un gobierno títere iraquí, pero
antes le hizo firmar un documento comprometiéndose a que
nunca exigiría reparaciones de guerra y que no modificaría –durante
un siglo– las leyes comerciales draconianas redactadas por la Autoridad
Provisional.
En 15 años, Estados
Unidos sacrificó más de 10 000 estadounidenses, mientras que la guerra
dejaba más de 2 millones de muertos en el «Medio Oriente ampliado» [12]. Para acabar con
aquellos que designa como sus enemigos, Estados Unidos ha gastado más
3500 millardos [13]
de dólares [14]. Y hoy anuncia que
la masacre y el derroche de fondos van a continuar.
Extrañamente, ese
derroche de miles de millardos de dólares no ha debilitado económicamente
a Estados Unidos. Se trataba de una inversión que permitió a ese país
saquear toda una región geográfica del mundo, apoderándose de sumas muy
superiores.
Contrariamente a la
retórica del 11 de septiembre, la retórica de la guerra contra el
terrorismo es lógica. Se basa en una gran cantidad de mentiras presentadas
como hechos comprobados. Por ejemplo, la filiación entre el Emirato
Islámico (Daesh) y al-Qaeda se explica recurriendo a la personalidad de
Abu Mussab al-Zarkaui, personaje al que el general Colin Powell dedicó buena
parte de su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU.
El problema es que el propio Powell reconoció posteriormente haber mentido
descaradamente en el aquel discurso y es imposible verificar ni el menor
elemento de la biografía de al-Zarkaui según la CIA.
Si se admite que
al-Qaeda es la continuación de la Legión Árabe de Osama
ben Laden, creada como tropa mercenaria de la OTAN durante las
guerras contra Yugoslavia [15]
y contra Libia, también hay que admitir que al-Qaeda en Irak,
convertido en Emirato Islámico en Irak y posteriormente en Daesh, es la
continuación de esa organización yihadista.
Dado el hecho que, a
la luz del derecho internacional, el saqueo y la destrucción del
patrimonio histórico son ilegales, el Estado federal estadounidense
al margen de la Constitución de Estados Unidos comenzó poniendo
el trabajo sucio en manos de ejércitos privados, como
Blackwater [16]. Pero
su responsabilidad seguía siendo demasiado visible [17]. Asi que
decidió confiar el trabajo sucio a su nuevo brazo armado:
los yihadistas. A partir de ese momento, el saqueo del petróleo
–que en definitiva se consume en Occidente– es imputable a
esos extremistas y la destrucción del patrimonio histórico se atribuye al
fanatismo religioso de estos.
Para entender la
colaboración entre la OTAN y los yihadistas, tenemos que preguntarnos que
sería hoy de la influencia de Estados Unidos si no existieran estos
yihadistas. El mundo sería multipolar y Washington habría cerrado la mayor
parte de sus bases militares a través del mundo. Estados Unidos sería
una potencia más.
Esta colaboración
entre la OTAN y los yihadistas resulta chocante incluso a numerosos altos
responsables estadounidenses, como el general Carter Ham, comandante del
AfriCom, quien se negó en 2011 a trabajar con al-Qaeda y tuvo que
renunciar al mando de la agresión contra Libia. Otro de esos responsables,
el general Michael T. Flynn, director de la Defense Intelligence Agency,
se negó a otorgar su aval a la creación del Emirato Islámico y fue
obligado a dimitir [18]. Más recientemente,
la colaboración CIA-yihadistas se convirtió en tema de la campaña
electoral por la presidencia de Estados Unidos: de un lado, Hillary
Clinton, miembro de The Family, la secta de los jefes de estado
mayor [19]; del otro lado,
Donald Trump, quien cuenta entre sus consejeros al ya mencionado general
Michael T. Flynn y 88 oficiales superiores [20].
Al igual que en
tiempos de la guerra fría, cuando Washington controlaba a sus aliados europeos
a través del Gladio, o «los ejércitos secretos de la OTAN» [21], hoy en día
Estados Unidos controla el Medio Oriente ampliado, el Cáucaso, el
valle de Ferghana y hasta la región de Xinjiang a través del «Gladio B» [22].
Quince años más
tarde, las consecuencias del golpe de Estado del 11 de septiembre no son
obra de los musulmanes, ni del pueblo estadounidense sino de quienes
lo perpetraron y de sus aliados. Son ellos quienes convirtieron la
tortura en una simple herramienta, generalizaron las ejecuciones
extrajudiciales perpetradas ahora en cualquier lugar del mundo, debilitaron
la ONU, masacraron más de 2 millones de personas, saquearon y
destruyeron Afganistán, Irak, Libia y gran parte de Siria.
[1] Against All Enemies, Inside America’s War on Terror, Richard
Clarke, Free Press, 2004, Ver el primer capítulo, titulado «Evacuate the White
House».
[3] Coup d’État: A
Practical Handbook, Edward Luttwak, Allen Lane, 1968. Junto a Richard
Perle, Peter Wilson y Paul Wolfowitz, Edward Luttwak era uno de los «Cuatro
mosqueteros» de Dean Acheson.
[5] Top Secret
America: The Rise of the New American Security State, Dana Priest y William
M. Arkin, Little, Brown and Company, 2011.
[6] «A
Fight vs. Evil, Bush and Cabinet Tell U.S.», Kenneth R. Bazinet, Daily News, 17 de septiembre de 2001.
[8] Una Europa segura en un
mundo mejor – Estrategia Europea de Seguridad, Javier Solana,
Consejo Europeo, 12 de diciembre de 2003.
[9] “Colin
Powell Speech at the UN Security Council”, Colin L. Powell, Voltaire Network, 11 February 2003.
[10] «Discours du directeur général de l’Unesco», Koichiro Matsuura,
6 de junio de 2003, Réseau Voltaire, 6 de junio de 2003.
[11] The Coalition
Provisional Authority (CPA): Origin, Characteristics, and Institutional
Authorities, Congressional Research Service, L. Elaine Halchin, April 29,
2004.
[12] Body
Count, Casualty Figures after 10 Years of the “War on Terror”, Physicians for Social Responsibility (PSR), marzo de 2015.
[15] Wie der Dschihad
nach Europa Kam, Jürgen Elsässer, NP Verlag, 2005. Existe una edición
francesa titulada Comment le Djihad est arrivé en Europe
[En español, “Cómo llegó la yihad a Europa”], Xenia, 2006.
[16] Blackwater: The
Rise of the World’s Most Powerful Mercenary Army, Jeremy Scahill, Avalon
Publishing Group/Nation Books, 2007.
[17] The Powers of
War and Peace: The Constitution and Foreign Affairs after 9 11, War by
Other Means: An Insider’s Account of the War on Terror, John Yoo,
University Of Chicago Press, Atlantic Monthly Press, 2006.
[19] The Family: The
Secret Fundamentalism at the Heart of American Power, Jeff Sharlet, Harper,
2008.
[20] “Open
Letter From Military Leaders Supporting Donald Trump”, Voltaire Network, 9 September 2016.
[21] Nato’s Secret
Armies: Operation Gladio and Terrorism in Western Europe, Daniele Ganser,
Frank Cass, 2004. Edición
francesa, Les Armées Secrètes de l’OTAN: Réseaux Stay Behind, Opération
Gladio et Terrorisme en Europe, Éditions Demi-Lune, 2007. El lector
hispanohablante puede encontrar ese libro, traducido al español y publicado por
capítulos en nuestro sitio web consultando este vínculo.
Red Voltaire:
12-09-16
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